jueves, 21 de abril de 2011

Hay mucho mundo por ahí. Mucho mundo soñado y ajeno a nuestra realidad, sí. Desde pequeña opiné que lo conocería  algún día, a los catorce años me daba algo de miedo aunque me tentaba y ahora lo único que deseo es marcharme, dejar todo atrás y conocer, conocer todo aquello con lo que soñé, sin ataduras de ningún tipo.
No valgo para mucho pero ‘mucho’ me sirve para ser feliz ¿por ejemplo?, un atardecer en una terraza parisina (carísima por cierto),  un paseo mañanero por Moscú o quizás un café de Starbucks en Seattle. Quién sabe, leer el periódico mientras se hace el té en la soledad de mi loft alquilado en el centro de Dublín el día de San Patricio (mi cumpleaños) no tiene por qué ser del todo imposible, ¿no?
Ya, ya sé que es improbable… pero esos pequeños grandes sueños que tengo quince, puede que veinte minutos al día hacen que me embargue una extraña y placentera felicidad. Qué narices, muchos somos así, distantes y abstractos soñadores, irrevocables y felices, sufridores de la realidad diaria que se presenta ante una cerveza en el primer cuchitril en el que te metes con tus amigos. Observadores de la salvaje Naturaleza o la bella obra del Hombre, emocionalmente digamos, confusos. Seguro que me entendéis. ¿Similares al ruidoso aunque invisible viento? Capaces de mover el mundo entero con un solo suspiro, aliviar una calurosa tarde de un hombre que trabaja en el campo, atemorizar a un niño que no concilia el sueño en la oscuridad de su habitación o crear una nota musical salida de una flauta travesera y desaparecer…
Quizás es desvariar demasiado ya. Qué más da, seguro que (inventando estadísticas) una de cada cuatro personas de las que lean esto se siente identificada.
¿Saben qué? Muchos se pasan la vida buscando la felicidad en el día a día, en encontrar a aquella persona que les complementa o mantenerla, en rezar pidiendo entradas para el próximo concierto de Lady Gaga… ( para qué seguir poniendo ejemplos, hay mil) si lo más fácil, lo tengas todo o no tengas nada, es conseguir lo que desees aquí dentro (señalo la cabeza de madera), en soñar e imaginar. En sacarle una sonrisa a alguien con una broma y pensar que en ese mismo instante, en la otra punta del mundo otra persona, quizás de tu misma edad esté bromeando con otra que sonríe como una boba ajena a cualquier problema, a cualquier otra realidad y que agradezca ese momento.
Sería bonito viajar y observar si hay un mundo más allá, otro mundo más allá en los ojos de una triste oficinista del Norte de Europa o un taxista del centro de Japón. Descubrir si el mundo está realmente acabado o quizás, que seguro que sí, quede Esperanza